28.3.13

Camaleones en la ciudad

Me gusta ser invisible


Y en realidad todos lo somos casi todo el tiempo. A menos que seas Brad Pitt o la Reina Isabel. Tal vez por eso me mudé a una ciudad donde soy aún más pequeña y más invisible.

La cuestión es existir. Si por alguna razón los demás pueden verte, supongo que debes considerarte afortunado. Pero ¡qué presión cargar en tus hombros el peso de la visibilidad! Pues, si no haces cosas mágicas y extraordinarias o lo suficientemente innovadoras alguien tiene que decirte “hey muchacho, hey muchacha, tú no debes ser visible”.

Los invisibles orgullosos algunas vez quisimos ser visibles pero fuimos sensatos en sabernos comunes y ordinarios. Ahora disfrutamos llorando en el transporte público, mirando los edificios tontamente todo el tiempo, hasta disfrutamos llamar otra vez al mesero que no te escuchó. Los invisibles orgullosos sentimos ganas de bailar en la calle, pero no lo hacemos porque, vamos, puede resultar ridículo para los invisibles no orgullosos. Qué mejor que una ciudad tan grande que te deja ser invisible a tus anchas. Es como un departamento muy amplio con demasiados rumis a los que no le hablas.

Un invisible siempre va a ser más feliz si comprende que es invisible.

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