3.11.19

Plastilina 1, 2 y 3

A uno no le enseñan a sacrificar cosas en el jardín de niños, aprendes a competir, a que cuando vuelvas vas a encontrar comida caliente en casa, y que si se va la luz puedes encender una crayola y aguantará unas tres horas prendida, bueno, esto lo leí en tumblr hace como un año pero igual me parece relevante.  En fin, a uno no le enseñan muchas cosas,  no te enseñan que muchas veces tienes que dejar ir porque simplemente es lo mejor. Y por eso fue que Pablo se fue a vivir a la provincia con mis papás. Así que voy a contar un poco más la historia: el primer año de Pablo muchos de ustedes se lo saben y no profundizaré mucho ahí más que en la parte de que él siempre fue muy enfermizo de su panza (tuvo parvovirus, bronquitis, insuficiencia cardíaca y miles de antibióticos ininterrumpidos por meses) a partir de ahí Pablo se enfermaba del estómago hasta por oler la barbacoa de metro Tacubaya (y quién no). Cuando empecé a vivir sola, luego de que mi mundo volviera a girar en un mismo eje y no en galaxias paralelas mi tiempo se dividía entre sacar a Pablo una hora por la mañana, buscar a mis vecinos para darles las llaves de mi casa y que pudieran sacarlo a pasear a mediodía,  trabajar enmedio de un desastre, ir al psicólogo para curarme el desastre del trabajo, quedarme tarde por tanto desastre, buscar que otro vecino pudiera visitar a Pablo y encima de todo, tenerlo enfermo al menos una vez al mes porque había comido quizá una croqueta echada a perder. No podía concentrarme ni en el trabajo, ni en cuidar al mejor perrito del mundo (comentario verificado y no avalado por otros dueños caninos) así que un día tomé la decisión de dejarlo ir. Y es que si bien Pablo me cambió la vida, me curó todos los males que tenía y me hacía la persona más feliz las, al menos, dos horas que podía estar con él, no era justo para un perrito de 3 kilos no poder tener una vida llena de cuidados y cariño imparable. Un día después de muchos de sentirme miserable vinieron por él y un par de meses después lo veo más sano y feliz que nunca, acompañado a todas horas por mi familia en una casa donde cabrían 100 Pablitos y donde el amor hacia él es como si fuera hacia todos los hijos. Me considero una persona unitask que no podía prestarle atención a su vida propia y a la del perrito. Así que decidí dejar de ser egoísta disfrutando a mi perro un rato para que él pudiera disfrutar una larga felicidad. No me siento nada orgullosa de haberlo hecho, por eso no es algo que me guste contar, pero sí me siento en paz de regresar a verlo y saber que todo es mejor que antes. Aprendí a sentir nostalgia por el pasado sin pensar que fue mejor. Aprendí, a que dejar ir es algo que perfeccionas a los 29 años. 

1 comentario:

  1. Los perritos son ángeles �� no hay día que no recuerde a mi chiquita aunque ya tenga más de un año que se fue. Cada que veo fotos de Pablo, puedo verla a ella, sonriente, feliz. Me alegra que lo cuides y ames tanto.

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